viernes, 25 de enero de 2013

TENTADERO EN LOS BARRIOS CON BELMONTE, SÁNCHEZ MEJÍAS Y JOSELITO (en la memoria)


Elena Pérez traía ayer en su blog UNA DEL DOS una interesante entrada sobre la faceta periodística de Ignacio Sánchez Mejías, quien, caso raro de honestidad, llegó a escribir alguna crónica de cierta corrida en la que él mismo actuó sin ahorrarse críticas a su labor y considerando excesivos los trofeos otorgados por la presidencia. Entre los artículos periodísticos elegidos para mostrarnos la calidad literaria de don Ignacio, Elena Pérez ha tenido el buen gusto entrasacar uno que nos situa en un atardecer de mediados del mes de abril de 1925 en el cortijo Las Utreras de los hermanos Gallardo, en Los Barrios, durante un tentadero en el que actuó Juan Belmonte y en el que, con el paisaje del Campo de Gibraltar de fondo, Sánchez Mejías evoca a Joselito. 



LA HORA DE BELMONTE Y GALLITO

Fue un atardecer de la feria valenciana cuando Gregorio Corrochano descubrió, con su visión poética, que Belmonte tenía una hora para sus grandes faenas. Era la hora del crepúsculo, cuando la luz se marchaba de la plaza de toros,y todo queda en el bravo espectáculo saturado de un color raro e indefinido, que sólo acertara a descrbir la milagrosa paleta de Ignacio Zuloaga. No se sabe si era que el ambiente hablaba al espíritu del artista o era la casualidad, esa caprichosa señorita origen de tantas cosas misteriosas, la que así lo ordenaba; el caso es que precisamente a esa hora hizo siempre Belmonte sus faenas cumbres.

Hoy fuimos al tentadero de los Gallardo. La invitación nos la hicieron anoche por teléfono aquí en el Hotel Cristina, donde nos hospedamos. Mañana, después de comer en “las Utreras” tentaremos las hembras.

Salimos del hotel y en automóvil vamos a la finca de los Gallardos. “Las Utreras” tiene una casa blanca que mira a Gibraltar desde la falda de una loma. A un lado el monte de la torre, cuahado dejardines, refugio de un gentleman de la familia Larios; más abajo, Guadacorte, la mansión señorial de los Marciales, una de las más bonitas del mundo, sueño de un artista que pareció presentía, al trazarla, que habían de habitarla esas muchachas tan bonitas, princesas encantadas en el verde laberinto de Guadacorte, y que un día no sé por qué obra de magia partieron de aquí amazonas en briosos caballos.

Todo se presta a la leyenda; la misma casa de “Las Utreras” nadie sabe aquí cómo se hizo. Unos dicen que la mandó hacer una mujer española que tenía amores con un militar de la fortaleza británica. Otros, que fue el militar quien eligió el sitio para regalo y comodidad de su enamorada. Yo creo que fueron los dos, u otros dos cualquiera, los que a un mismo tiempo y en un día como éste, idearon labrar este caserío de “Las Utreras”. ¡Vaya usted a saber! De lo que no cabe duda es de que fueron dos enamorados los que eligieron el sitio y labraron la casa.

Más de mil personas presenciaron la faena de la tienta. De diecinueve becerras que se tentaron, ocho fueron buenas. Esa proporción sólo se da en las ganaderías muy bravas. Yo que presencié otros tentaderos de esta ganadería en oder de su anterior dueño, me atrevo a asegurar que nunca hasta ahora dio esa proporción de bravura.

Ya finalizada la faena, una eralilla cárdena salió a la placita y, con mucho brío y mucho coraje, se arrancó varias veces al caballo de la tienta. Manó sangre de los puyazos y como una sierpe se deslizó hasta la pezuña. Se iba el día. Unas nubes grises y otras rosadas parecían caminar por los lomos de Sierra Carbonera. El monte bajo está cuajado de flores amarillas; la casa blanca de la vega y los verdes pinares tienen un color raro e indefinido. Belmonte sale de un burladero y con un capotillo engaña una y otra vez a la becerra cárdena. Juntas sus manos lleva el capote en semicírculo por debajo de la cadera con ese ritmo suyo que tan claramente se manifiesta en la media verónica. Los últimos destellos del sol se reflejan, como un símbolo, sobre la seda roja de su capa. Es la hora de Belmonte. Poco a poco nos envuelve la noche y regresamos a Algeciras.

Rendidos por el ajetreo del día nos retiramos pronto a descansar. Hay luna creciente. Abrimos el balcón y contemplamos, un momento, el parque que rodea el hotel. Está solo. Todo el suelo es de plata. Así lo hizo la luna. En el fondo hay unas palmeras y unos cipreses. El viento y el mar enmudecieron esta noche. Todo es silencio en el jardín… ¿De quién será esta hora? Yo sin saber por qué, evoco en ella el recuerdo de Joselito…”

La Unión, 16 de abril de 1925

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