jueves, 7 de febrero de 2013

Hubo un tiempo en el que la fotografía era respetada. También en los toros.

Hubo un tiempo en el que la fotografía era respetada por quienes la hacían y por todos en general. El profesional y el buen aficionado procuraban utilizar un material adecuado, se esmeraban en conseguir un plano conforme a los cánones, un encuadre que tuviera algún significado, una medición correcta de la exposición, un enfoque que estuviera donde tiene que estar.
Llegaron las cámaras asequibles a un público amplio y posteriormente incluso las «pocket»: sólo mirar y disparar con un dispositivo que cabía en el bolsillo de la camisa. Pero seguía habiendo un cierto respeto. La gente sabía que había que «pensar la foto». No era fácil disparar sin ton ni son porque cada clic tenía el coste directo de la película, su revelado y el de la copia. 

Foto: José Manuel Roca


¿Pero qué ha ocurrido ahora?: todos tienen una compacta digital y un teléfono que hace fotos. Disparar es aparentemente gratis y se fotografía todo de cualquier forma, con poco esmero y menos cariño. Y lo peor: algunos esperan la crítica del aficionado más o menos avanzado o del profesional. Y desde luego la prefieren positiva.
Y en muchos casos no se sabe que decir…Si dices que te gusta se te queda mala conciencia porque piensas: «igual estoy induciendo a un error a esta persona que podría llegar a ser un buen aficionado». Si no le dices que te gusta se te queda mal cuerpo porque piensas que lo estás desmotivando o que, incluso, se puede enfadar contigo.
Y peor todavía: muchos confunden la amabilidad con la realidad. Entre estos se encuentran los que confunden un «me gusta» o un «no me desagrada», con un «es una gran foto». 
Siempre he valorado positivamente el salto a los sistemas digitales, pero también es obvio el proceso de vulgarización que la fotografía ha sufrido a causa de ellos. Cuantitativamente las fotos desenfocadas con pies cortados han ganado por goleada a las que respetan la regla de los tercios o a las que simplemente permiten identificar el centro de interés.
Todo lo dicho se puede predicar de la fotografía taurina. Y me reafirmo sobre todo en ello, cuando veo a tantos espectadores disparando la cámara de su teléfono móvil al anochecer, desde lo más alto de las gradas, cuando El Cordobés practica el salto de la rana, en el punto del ruedo diametralmente opuesto al del telefónico fotógrafo ocasional.

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